Leyendo a Clemente de Alejandría me encontré esto: «Los cerdos gozan con el fango, mucho más que con el agua cristalina». Es tan cierto. Sería imposible que gustaran de un elemento distinto al que gozan y para el que parecen hechos. Cuando así sucede, cuando se les saca del fango para criarlos con cierta higiene, parecen fuera de lugar. Se diría que hasta sufren.
Aún los apuntes menores de los grandes sacuden, trastornan, modifican. Me sucede con Octavio Paz. Lo leo y no puedo ser el mismo. Algo en mi se vuelve otro después de pensar en sus letras.
En este caso, encontré en la página Zona Paz una carta que escribió en 1968, dirigida a Carlos Fuentes. En la carta narra unos deliciosos días en la India, en compañía de su esposa, Marie José y la pareja Cortázar, Julio y Aurora, mientras ocurre el festival Holi, celebrado para anunciar la primavera.
Dice un fragmento de la carta:
«Los días son tan perfectos que la pereza me vence: aspiro a estar, nada más.»
Delicioso. Sólo puedo añadir que los míos, mis propios días, aún siendo imperfectos, me dicen lo mismo.
A veces sólo se quiere estar, nada más. No producir, no crear, no labrar, no preocuparse, no luchar. Nada, ni siquiera esperar (que es una paciencia activa). No, sólo estar.
Introducción. Esa terca realidad
Una de las preguntas clave de la humanidad es: ¿la realidad se construye o se descubre? Es decir, ¿inventamos la realidad o la realidad está allí, al margen de nuestra opinión sobre ella, y sólo la interpretamos con nuestros sentidos en el momento en que la encontramos?
Los ejercicios de respuesta recorren toda la historia del pensamiento, desde el nacimiento de la filosofía —entendida como el intento racional del ser humano por comprender e interpretar lo que somos (el ser) y lo que nos rodea (la naturaleza, el mundo, el cosmos)— hasta nuestros días.
De hecho, muchos de los esfuerzos actuales en diversas disciplinas representan intentos por responder a esa duda inicial. No obstante, debemos reconocer que no logramos todavía avanzar mucho al respecto, a pesar de los mejores esfuerzos de las mentes más inquisitivas de la historia. Un breve —brevísimo y, por tanto superficial— repaso podría ser ilustrativo:
La mirada “científica”
Este burdo y superficial recorrido debe bastar para percatarnos del esfuerzo por aproximarnos a la realidad y la profunda desconfianza que brota de lo que parece evidente. Aún hoy, en nuestra era de orgullosos avances tecnológicos y científicos, seguimos ensayando respuestas a la interrogante primigenia, quizás por el nuevo aliento ofrecido por diversas disciplinas, entre ellas la física.
Sí, la física. Stephen Hawking, por ejemplo, dijo que las cuestiones trascendentales de la filosofía ya no podrían ser respondidas por ella misma, pues “la filosofía ha muerto”, siendo los científicos —en especial los físicos— los portadores actuales de la antorcha del conocimiento (Hawking, 2010).
Así, Einstein cuestionó a la realidad aparente, señalando que nuestra interpretación del universo y de sus leyes estaba sesgada por nuestra experiencia cotidiana y su forma de interpretarla. Einstein debió realizar, casi en solitario, diversos experimentos mentales (no en laboratorio, lo cual sería imposible) para abrir una nueva etapa en la comprensión de la realidad, señalando que los procesos físicos se apartan de las conclusiones que nos brinda la simple experiencia sensorial.
Eso fue una revolución, muy similar a la de Copérnico (cuando entendimos, por fin, que la Tierra no era el centro del Universo, sino que girábamos en torno a una estrella que llamamos Sol), o a la de Hubble (que descubrió que los cuerpos celestes se alejan a gran velocidad unos de otros, lo que dio inicio a la hipótesis del Big Bang o “Gran Estallido”, que desmintió la idea de un universo estático y abrió la posibilidad de especular sobre su origen). La de Einstein, entonces, es una revolución que nos obliga a desconfiar de nuestros sentidos para interpretar a la “verdadera realidad”, siendo que la ciencia se construyó exactamente al revés: observando cuidadosamente a la realidad para intentar comprenderla y extraer leyes de sus acontecimientos.
En años recientes, una nueva versión de la física encontró ciertas contradicciones en la perspectiva de Einstein y se dio cuenta que existe otra forma de realidad aún más extravagante: la cuántica, donde las elegantes ecuaciones de la teoría de la relatividad no funcionan. De hecho, los físicos y cosmólogos de hoy intentan generar una teoría unificadora de ambas contradicciones, aunque siguen sin lograrlo.
La realidad (re) construida
La psicología, en especial la psicología social también está envuelta en esa duda esencial de la historia del pensamiento: ¿inventamos la realidad o sólo la interpretamos? De hecho, es una de las cuestiones esenciales que la animan. Es la materia prima del ensayo La construcción social de la realidad, de Peter L. Berger y Thomas Luckmann, quienes afirmaron que la realidad (los fenómenos externos a los sujetos) se construye mediante el conocimiento, es decir, la certidumbre de que los fenómenos son reales y que poseen ciertas características. Ese conocimiento está sujeto a la circunstancia, es decir, es relativo: cada sujeto, de acuerdo a sus capacidades y experiencias podrá interpretarlo de distinta manera y eso mismo ocurre con las sociedades. Al contrastar el conocimiento con “los otros” arribamos a conclusiones comunes, pero ello no implica que tales conclusiones reflejen con fidelidad a lo real. Además, toda actividad humana está sujeta a la “habituación”, es decir, la institucionalización o costumbre de la interpretación de la realidad, que antecede al nacimiento del individuo. Es decir, desde que nacemos heredamos una interpretación de lo que nos rodea y lo aceptamos como realidad. En suma, la realidad se establece como consecuencia de un proceso dialéctico entre relaciones sociales, hábitos tipificados, estructuras sociales y su vinculación con interpretaciones simbólicas, “internalización” de roles y formación de identidades individuales (García Manzano)
La realidad, entonces, puede ser un delirio colectivo. Una ilusión que hemos heredado y que compartimos. En algún momento la ilusión entra en crisis y es cuestionada, lo cual obliga a realizar ajustes en ella, pero una vez logradas tales correcciones la “nueva realidad” (la realidad depurada y actualizada) vuelve a imponerse y se repite el ciclo. Aquí vale la pena recordar una inteligente afirmación de uno de los protagonistas de la historia del crimen, Alphonse Capone (Al Capone): “soy un fantasma forjado por millones de mentes” (Enzensberger, 2006). En efecto, algunas personalidades de las que conservamos registro pertenecen a la historia, pero también a la imaginación. Son creaciones (engendros) de una fantasía colectiva. Son fantasmas dotados de poder que se convierten en mito. Los creamos y, de muchas formas, los seguimos creando.
Matrix
Los temas inquietantes del ser humano no pueden agotarse en unas cuantas disciplinas. La creatividad y el arte también participan en la resolución de esas dudas o al menos en la destrucción de las aparentes certezas que compartimos. Un ejemplo es la película The Matrix (fue conocida sólo como Matrix en nuestro país).
Se trata de una historia fascinante que ya adquirió la categoría de culto (sujeta a una exposición continua que brinda nuevas interpretaciones religiosas, filosóficas e ideológicas a cada momento), pues parece hilarse con muchos de los capítulos de nuestra evolución cultural. Algunos críticos hacen uso de referencias clásicas cuando la abordan, como el mito de la caverna de Platón o la fabulosa historia de Alicia en el país de las maravillas, pero pueden ser muchas más.
Lo curioso es que sus creadores, los famosos hermanos Wachowski (Larry y Andy), parecieron contagiarse del mito (esa exploración visual de la realidad/irrealidad) y en sus propias vidas experimentaron una transmutación. Ahora son las hermanas Wachowski (Andy es ahora Lilly y Larry es hoy conocido como Lana). La revelación de que nuestra realidad puede ser ilusoria es tan impactante que cualquiera puede sentirse afectado, incluso en sus más íntimas definiciones de género (habrá que guardar cierta distancia al respecto, sobre todo para los que ya no tenemos edad para ensayar otras posiciones en la cama). Pero dejemos allí a estos geniales travestidos (o transexuales, pues aún no queda claro) para recordar que la película fue estrenada el 31 de marzo de 1999, con las actuaciones protagónicas de Keanu Reeves, Laurence Fishburne y Carri-Anne Moss. Desde el inicio fue un éxito de audiencia y obtuvo cuatro premios Óscar (Montaje, Sonido, Edición de Sonido y Efectos Visuales). No es ocioso recordar que uno de sus factores de éxito fue el uso magistral de la técnica “tiempo bala” (bullet time) que aparenta un congelamiento de la acción mientras la cámara sigue moviéndose (esta técnica también podría ser utilizada como una forma de comprender las muchas miradas que componen la realidad). Además, la película fue la base de dos cintas adicionales, casi tan exitosas como la primera.
El argumento de la película es fascinante. Un joven “hacker” (es decir, especialista en informática que busca, idealmente, poner la información al servicio de todos) llamado Neo (“Nuevo”) es contactado por unos rebeldes encabezados por un terrorista conocido como Morfeo (como el dios del sueño). Morfeo le informa que la “realidad” es una fantasía que llama Matrix (matriz, como la femenina, o bien molde o una ordenación rectangular de elementos algebraicos), creada por máquinas inteligentes que mantienen a los seres humanos en animación suspendida y de los cuales extraen su energía vital. El joven es reclutado y conoce la “verdadera realidad”, incorporándose a la lucha contra las máquinas y logrando manipular la “realidad ilusoria” de Matrix, para vencer a los agentes (una especie de centinelas cibernéticos) usados por las máquinas. Esa capacidad de manipulación de la Matrix que alcanza Neo convence a sus compañeros que es “El Elegido”, una figura mística que logrará algún día la liberación de la raza humana.
Esta película, si bien es clasificada dentro del amplio género de la ciencia ficción, en realidad podemos ubicarla en el subgénero literario/cinematográfico llamado “ciberpunk”. El ciberpunk aprovecha las visiones distópicas del futuro, es decir, la visión de una sociedad ficticia indeseable, como si fuera la antítesis de lo utópico (el futuro deseable). En esas sociedades distópicas la tecnología avanzada se combina con un bajo nivel en la calidad de vida, sobre todo de las grandes masas de la población. En el estilo ciberpunk, la cibernética parece interaccionar con algún tipo de cambio en los paradigmas sociales o culturales y los protagonistas son, en general, personas comunes que experimentan algo extraordinario, casi siempre relacionado con los avances tecnológicos.
Existen diversas muestras de este tipo de subgénero en la literatura, por ejemplo, el cuento clásico de Philip K. Dick ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, publicado en 1968, la novela Neuromante, de William Gibson, de 1984 o la novela Islas en la red, de Bruce Sterling, de 1988. En el cine podemos recordar a Blade Runner, de 1982, dirigida por Ridley Scott e inspirada en el cuento de Philip K. Dick (ya surgió este año una versión actualizada) y The Terminator, de 1984, dirigida por James Cameron (al parecer basada en un cuento de Harlan Ellison).
La literatura y el cine ciberpunk sirven como una metáfora de las preocupaciones actuales sobre los efectos y el control de las corporaciones hacia los seres humanos, la corrupción de los gobiernos, la enajenación social y la vigilancia tecnológica. Como pude apreciarse, encaja a la perfección en algunas de las preocupaciones de la psicología social.
La elección de las píldoras
Un momento decisivo de la película es cuando Morfeo le muestra dos píldoras o pastillas a Neo, una es roja y la otra azul. Si Neo elige la píldora azul caerá en un sueño profundo, despertará en su cama y seguirá viviendo como hasta ese momento, en esa existencia que él llama la realidad, pero que sólo es una ilusión/simulación cibernética. Si elige la roja, se le mostrará el mundo tal cual es, es decir, la verdad le será revelada.
Esa elección entre ilusión y realidad es parte de una de las dudas más inquietantes del ser humano desde que aprendió a pensar. A lo largo de la película se muestra el proceso de duda, que no se resuelve al elegir uno de los caminos, pues uno de los rebeldes reniega de ese momento vital y se arrepiente de no haber seguido en la inconciencia, pues parece mejor una ilusión placentera que una realidad agobiante. En fin, nadie puede ver esa película sin preguntarse al final: ¿qué habría elegido?
En suma, la contemplación de la película arroja muchas interrogantes. Podemos sintetizarlas así:
Tales dudas no podrían ser respondidas aquí, como no lo hace la película ni lo han logrado plenamente las mejores mentes de la historia. Vaya, ni siquiera los físicos más destacados de nuestro tiempo. Pero el intento de explorar las posibilidades de esas dudas es fascinante y constituye uno de los derechos del ser humano: cuestionarse y cuestionar la “realidad” que lo rodea.
Bourdieu: el habitus/matrix
Es factible analizar las posibilidades que surgen de la película Matrix en un ejercicio de contrastes con la sociología de Pierre Bourdieu. Para los apuntes siguientes se toma como base la lectura del artículo La sociología de Pierre Bourdieu, de Gilberto Giménez (Giménez), facilitada por el maestro durante las clases.
El “habitus” y el “campo” son categorías centrales de la teoría sociológica de Bourdieu. El habitus se entiende como “un conjunto de principios de percepción, valoración y de actuación debidos a la inculcación generada por el origen y la trayectoria sociales”. Debido al habitus las personas cercanas en un mismo espacio social perciben, sienten y actúan de forma parecida ante las mismas situaciones, todo ello de forma coherente (Martínez García, 2017).
El campo, por su parte, es un espacio específico en donde suceden las interacciones. Es un sistema particular de relaciones objetivas que pueden ser de alianza o conflicto, de concurrencia o cooperación entre posiciones diferentes, socialmente definidas e instituidas, independientemente de la existencia física de los agentes que la ocupan. Es el escenario donde operan los agentes, tomando decisiones estratégicas, cada uno con su propia carga de habitus (Fortich Navarro, 2012)
El habitus se entiende como un sistema de disposiciones, designando una propensión o inclinación (Disposición) y como un sistema de esquemas interiorizados que engendran pensamientos, percepciones y acciones (Esquema).
El esquema del habitus existe por sí mismo y por eso se le interioriza de forma inconsciente, pero también puede adoctrinarse formalmente mediante la inculcación sistemática o educativa. De esa forma, genera una jerarquía de legitimidad con signos de distinción o marcas infamantes, ya que acepta o excluye a los agentes (recordemos que en la película los que salen del control de Matrix son perseguidos y señalados como terroristas).
Es también posible concebir al habitus como una especie de gramática, que con unos principios limitados genera infinitas posibilidades coherentes, al mismo tiempo que descarta por imposibles otras más. Precisamente, la creación de un ambiente simulado, es decir, una realidad virtual o cibernética (como la de Matrix) seguiría los mismos principios, pues no se requeriría programar todas y cada una de las posibilidades de los entes participantes, sino ofrecer una serie de reglas claras que le den orden al universo creado.
Es inquietante que esta percepción del habitus coincida con las normas que pueden regir a las simulaciones virtuales y, quizás, sea el mismo caso para todo el universo conocido, pues los físicos coinciden en que el cosmos (todo lo que nos rodea) parece ajustado a una serie limitada de reglas sustantivas, de las cuales apenas conocemos un puñado (las del electromagnetismo, las de termodinámica, la famosa ecuación de Einstein, etc.).
En efecto, otra forma de entender al hábitus es “una creatividad gobernada por reglas”, que genera una infinidad de respuestas a partir de un número reducido de principios. Una vez establecidas esas reglas básicas, los individuos proceden a tomar sus propias decisiones con base en posibilidades estratégicas que permiten el desarrollo de las decisiones en juego.
Insistamos en ello: una realidad virtual también podría definirse así, como una creatividad gobernada por reglas. No olvidemos que el habitus también es aderezado con el concepto de estrategia o disposición estratégica, lo que concede al agente un espacio de juego y autonomía para las decisiones. En efecto, si alguien creara una realidad ilusoria, virtual, es decir, una Matrix, le bastaría con delinear el habitus y el campo de acción del individuo. De esa forma el individuo podría moverse (libre albedrío o “estrategia”) dentro de un campo reducido de acción. El programa de realidad virtual ofrecería (como lo previó Bourdieu) un “sistema de alternativas a la vez limitado y abierto, es decir una infinidad de situaciones posibles aún dentro de sus reglas”.
Habitus y Campo, conceptos de Bourdieu, se convierten así en los elementos básicos para la creación/programación de una simulación de la realidad.
No olvidemos que el habitus surge por inculcación (acción pedagógica dentro de un espacio institucional como la familia o la escuela) e incorporación (interiorización de los sujetos por las condiciones de la existencia). Tan sólo dando continuidad a las ideas de Bourdieu e intercalándolas con las posibilidades que surgen de la contemplación analítica de la película Matrix, la conclusión resulta lógica: es posible que vivamos en medio de un habitus y un campo creado artificialmente y reproducido por las instituciones. Un habitus que nos fue inculcado y que ya incorporamos o interiorizamos.
De resultar cierta esa posibilidad ya no identificamos su falsedad. No podríamos, pues estamos inmersos en esa realidad simulada y —como es factible la evolución en su seno— tenemos la ilusión de ir cambiando de alguna forma esa “realidad”, cuando en verdad sólo nos movemos dentro de un gran habitus/campo alimentado por millones de mentes.
El campo donde actúa el habitus es también un reflejo de ese mundo interior, así que lo mantenemos inalterable hasta que surgen periodos de crisis que lo sacuden o lo trastornan. Es cuando elegimos una píldora que nos parece revelar la realidad o nos condena a seguir abrazados a una ilusión. Eso ha sucedido en distintos momentos de la evolución científica o social. Los revolucionarios o los grandes reformadores son quienes tomaron por allí una píldora roja que algún Morfeo puso en sus manos. En estos casos podríamos decir —nosotros— que el habitus muta. También eso podría explicar la razón de que a pesar de todos los grandes cambios sociales, las revoluciones o reformas parecen regresar al mismo lugar del cual partieron. Cuba y Nicaragua son ejemplos elocuentes al respecto, pues a pesar de sus notables cambios volvieron a ser naciones regidas por un grupo directivo cuasi-dictatorial (o cínicamente dictatorial).
Recordemos que el sentido de la ciencia social tal y como lo entiende Bourdieu es descubrir el orden social oculto tras el orden simbólico. Eso parece una tarea propia de Neo (nosotros) y aquí Bourdieu representa el papel de Morfeo.
Conclusiones
La película Matrix puede ser analizada desde diversos puntos de vista, pero eso ocurre con toda gran creación: siempre está sujeta a múltiples interpretaciones. Cuando una obra artística (una novela, un cuento, una pintura, una escultura, una película) adquiere una categoría “clásica” (hoy se le dice “de culto”), queda expuesta a una reelaboración continua de su contenido, incluso de acuerdo a cada época.
Un gran escritor, Ítalo Calvino, decía que “toda relectura de un clásico es una lectura de descubrimiento como la primera”, es decir, un “clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir” (Calvino, 1993). En suma, un clásico nos dice algo si lo leemos a cierta edad, pero descubrimos nuevas claves (incluso párrafos completos que nos habían pasado desapercibidos) cuando lo leemos en otro momento de nuestra vida. Lo mismo ocurre con las épocas: un lector del siglo XXI que lee El Quijote encontrará allí temas distintos y una variedad de interpretaciones diversas a lo que la misma lectura pudo desencadenar en un lector del siglo XIX.
Esa definición de lo clásico se extiende al cine y quizás Matrix sea un ejemplo de esa diversidad de miradas propias de un clásico, como lo son ya películas culturalmente significativas, como es el caso de Casablanca (1942) o De aquí a la eternidad (1953)
Aquí intentamos establecer un ejercicio de paralelismos entre los conceptos “habitus” y “campo” de Pierre Bourdieu, pero sin duda podrían ensayarse muchos más con la lectura de otros filósofos, sociólogos o psicólogos sociales.
Sucede que la desconfianza hacia la realidad que nos rodea y hacia la información que pueden proporcionarnos los sentidos es muy antigua (ya lo vimos en el rápido repaso inicial) y Matrix explora de forma fascinante esa posibilidad.
Otras conclusiones desde la física
Inicié estos apuntes con una reflexión cercana a la física. Podríamos concluirlos de la misma forma, con una mirada de la física actual a las posibilidades de la simulación de universos. Para el físico y exitoso divulgador científico, Brian Greene, “la cuestión no es si nuestros descendientes crearán mundos simulados por computador. Ya lo estamos haciendo. La incógnita es qué realismo llegarán a tener esos mundos” (Greene, 2011).
En esta perspectiva, podremos en algún momento crear en nuestro computador casero un universo simulado, donde insuflaríamos vida a creaciones dotadas de autoconsciencia que se moverían en los estrechos límites fijados por nuestras arbitrarias reglas. De esta inquietante posibilidad surgen algunas interesantes reflexiones, como las siguientes:
En fin, las nociones de realidad/irrealidad son más complejas de lo que suponemos. Para una seria corriente de la física la realidad no sería ni materia ni energía, sino información. Lo bueno de todo esto es que resulta posible comenzar a especular en torno a esa posibilidad de una forma agradable: con sólo sentarnos a disfrutar una película como Matrix.
Colima, Col. Noviembre 24, 2017
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