Tres sombras mirando el Arno

Fecha: 1 de febrero de 2018 Categoría: Cosa de Ríos Comentarios: 0

En la primera década del siglo XVI, dos talentos extraordinarios, únicos en la historia de la humanidad, se reunieron para intentar un proyecto alucinante

Uno de ellos, funcionario del gobierno florentino, concibió el desvío del curso del río Arno, con el fin de aprovecharlo mejor para su ciudad y dañar al mismo tiempo a la odiada nación de Pisa, adversaria de Florencia. El otro también era florentino, de un pequeño pueblo llamado Vinci, y por la época era conocido como “maestro di acque” (lo que hoy llamaríamos “ingeniero hidráulico”): era Leonardo.

Pareciera que tal combinación de ingenios podría ser suficiente para mover el cauce de cualquier río, incluso del mismo mar. Lo curioso es que el proyecto, a pesar de contar con sólido financiamiento y cientos de trabajadores a su servicio, resultó un fracaso. Se dice que el ingeniero a cargo de la obra, un tal Colombino, no aplicó al detalle el cuidadoso proyecto de Leonardo (se conservan los planos hasta el día de hoy) y las obras no lograron desviar el torrente.

Fue una sonora desilusión (gran pérdida económica y de prestigio) que sin duda dejó mal parados a los dos genios con la ciudad nativa. Debió ser un trago amargo, casi insuperable. Hay quien dice que el Arno es el río que se aprecia atrás de La Gioconda (La Mona Lisa) y que Maquiavelo también recordó esa derrota cuando, en el tratado dedicado a los príncipes, compara a la fortuna con ese magnífico e irrefrenable ímpetu de los ríos (Capítulo XXV).

Si, (lo dijo Richard D. Masters): la Fortuna es un río.

Un día estaré a orillas del Arno y escribiré algún apunte frente a sus aguas. Quizás pueda pedir por allí un fernet-branca, como lo hizo Alfred Pennyworth (Michael Caine) en la escena final de The Dark Knight Rises y miraré hasta el hartazgo la historia que se pierde en ese lento fluir.

El fernet me recordará la amargura en el paladar de los genios al intentar domeñar esas riberas.

Me quedaré hasta muy tarde, cuando del río sólo queden las sombras y quizás encuentre por allí, deambulando, a dos de ellas que dirán, casi en un murmullo: “no siempre se gana”.

Yo también seré una sombra, quizás, pero brindaré por ellas.

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