Mi «tú» desencantado

Fecha: 4 de septiembre de 2018 Categoría: Historias al pasar... Comentarios: 0

Llegué al bar a las once de la noche. Una mujer de rostro grato, pero ansioso, me siguió con los ojos mientras entraba y elegía una silla de la barra. Pedí una bebida. Ella siguió mirándome. Me hice el desentendido. Cuando pedí la segunda bebida miré de reojo que se levantaba de su lugar y se acercaba. Me hice el disimulado. No tenía ánimos de platicar con nadie, menos con una mujer solitaria que gusta de arrinconarse en un bar. Se paró a mi lado y tuve que voltear. Nada mal, pero un tanto desenfadada en su vestir para mi gusto. Me miró un rato en silencio y luego dijo: “Eres tú”. No dije nada. Me siguió mirando. Me hice el sorprendido por un buen rato. Después preguntó: “¿Eres tú, verdad?”. Le dije que todos somos “tú” algunas veces, pero que en ese rato no sabía si yo era el “tú” que ella recordaba o sólo un “tú” entre tantos de los que coinciden por el mundo. Siguió mirándome. La noté un poco sorprendida con mi voz. Yo no sabía qué hacer, así que me hice el desinteresado. Después de una larga pausa dijo: “No, no eres tú. Hablas distinto”. Se dio la vuelta y volvió a sentarse lejos, en el lado oscuro de ese bar a punto de la soledad. Volví a mirarme en el espejo de la barra. Pedí otra copa. Durante un buen rato seguí mirándome y de seguro ella también lo hacía, pero me hice el distraído, hasta que noté de reojo que la figura femenina se levantaba y salía del bar, dejándolo más solo que como estaba. Suspiré. Debo ser parecido a algún “tú” que deja bastante zarandeadas a las mujeres solitarias de este bar. Ya no sabía qué decirme frente al espejo de la barra ni qué actitud tomar, así que le pregunté al cantinero —bueno, al barman— si conocía a la mujer que había salido. Me respondió que sí, que siempre pide una cerveza y se queda tranquila, hasta que llega alguien. Entonces se levanta, lo aborda y le pregunta lo mismo: “¿Eres tú, verdad?”. Si tiene suerte ese alguien se pone a platicar por un buen rato, si no se hace la ofendida y se va, para regresar al día siguiente. Me sentí confundido. Para hacerme el indiferente pedí otra bebida. Volví a mirarme en el espejo de la barra. Mi “tú” se sentía muy poco importante, muy devaluado. Sólo era un “tú” entre tantos que deambulan por el bar y apenas un pretexto para conversar. Quizás mi “tú” no se parece a nadie en especial y hasta es posible que ese “tú” original no exista. Sólo es un pretexto para eludir la soledad. Mi “tú” se sintió desdichado, pero me hice el digno y pedí otra bebida.

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