Apunte sobre lo feliz

Fecha: 4 de julio de 2019 Categoría: La inspiración clásica Comentarios: 0
La felicidad no es un estado definitivo. No puede serlo. Ejemplos sobran de vidas que disfrutaron la felicidad unos años y se arruinaron en la desdicha final.
 
La antigüedad clásica usaba como ejemplo recurrente la vida de Príamo, el rey de Troya. Fue un hombre dichoso toda su existencia hasta que, en la ancianidad, perdió su reino y su descendencia (incluso a su magnifico hijo, Héctor) por obra de los ambiciosos aqueos.
 
Para los filósofos antiguos, entonces, nadie puede considerarse completamente feliz hasta que llega su final. Allí, en los últimos instantes, sabrá si su vida valió la pena ser vivida. Eso implica algo dramático: nos daremos cuenta de la felicidad o de la infelicidad cuando ya no quede algo más por hacer.
 
Algunos, en compensación, pretenden que la virtud, ejercida de forma constante y cuidadosa, logrará prevenir las desgracias futuras y aproximará nuestras vidas a un final pacífico y dichoso. Es posible.
 
Otros, más radicales, invitan a la adopción de una conducta estoica que lleve a la indiferencia, para que ningún mal arruine el momento de vida. Eso implica, entonces, que tampoco logre inspirar verdadera alegría cualquier bien. Suena viable, pero se requiere bastante disciplina para una perspectiva tan ascética.
 
Algunos más confían en la fe, encontrando consuelo en la bendición divina. Eso les permite soportar con mayor entereza los momentos adversos argumentando que son obra de un designio superior. No es mala postura, aceptando que la vida sin fe resulta más árida y difícil.
Quizás nadie tenga una respuesta absoluta.
 
Para mi, sin embargo, la felicidad es un programa de acción. Se requiere una gran voluntad para intentar la felicidad en las pequeñas cosas, aún en medio de circunstancias adversas.
 
Podemos combinar virtud, esperanza y devoción, incluso un poco de saludable estoicismo, pero a final de cuentas la felicidad es un gozo cotidiano que exige dedicación.
 
Es un insistir, digamos, a pesar de cualquier contratiempo.
 
Debemos acostumbrar nuestra mirada a contemplarla, así sea en la forma de una pequeña flor en medio de la espesura.
 
Como si fuera posible disfrutar de un instante silencioso y pacífico en medio del griterío.
 
Como dejarse empapar en un remanso en medio del torrente de lo cotidiano.
 
No sabemos lo que nos depare el futuro (ya ni siquiera el futuro definitivo, sino el pequeño futuro después del instante que vivimos), pero la felicidad debe ser deseable y disfrutable en cada paso, mientras caminamos hacia la puesta del sol.
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