Rasgos que perduran

Fecha: 2 de mayo de 2020 Categoría: Nueva guía de perplejos Comentarios: 0

Se dice que el niño debe seguir viviendo en nosotros. Cierto, es una virtud conservar atributos como la alegría, la inocencia o la curiosidad. Pero a veces la infancia se prolonga de otra forma. Es el caso del egocentrismo, la “centración” y el pensamiento mágico.

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El «egocentrismo» es la dificultad que tienen niños y niñas para situarse en una perspectiva diferente a la propia. Es propio de las primeras etapas del desarrollo no distinguir entre nuestro punto de vista (el yo) y el de otras personas. De hecho, a cierta edad ni siquiera se puede tener conciencia de que existan otros puntos de vista o miradores hacia algo.

Para Jean Piaget, por ejemplo, existe una etapa egocéntrica en todos los seres humanos, propia de la niñez, que se supera de forma progresiva. Pero yo creo que a veces no se supera o apenas se matiza un poco. Existen personas (incluso dotadas de estudios formales) que todo lo ven, miden o califican desde su propio mirador, sin considerar el que pueden tener los demás.

2.

La concentración o «centración» significa la capacidad de centrar toda la atención en una característica o dimensión de algo, pero desestimando o no prestando atención al resto. Es también un concepto de Piaget: en cierta etapa de la niñez es muy difícil considerar dos dimensiones diferentes a la vez. Suponemos que tal atributo se supera, pero existen personas que siguen analizando lo que les rodea privilegiando una característica o dimensión y desestimando todas las demás.

La “centración” se observa mucho en las opiniones políticas: algo está muy bien o está muy mal cuando se mira una sola de sus características, pero a la vez se ignoran todas las demás. Ocurre cuando suponemos, por ejemplo, que una institución funcionará bien si erradicamos de ella la corrupción que la rodea, pero dejamos de atender el resto de sus características esenciales.

La corrupción es un problema importante, claro, pero parece una expresión de “centración” infantil creer que evitándola se resolverán de forma automática todos los problemas que una institución (o un país o la misma economía nacional) pueden enfrentar.

3.

Otra característica de la niñez es el pensamiento mágico, es decir, la tendencia a establecer relaciones de causa y efecto sin comprobarlas de modo lógico. Niñas y niños lo poseen con fuerza y resulta adorable. Un ejemplo, entre muchos, es cuando ponen dientes bajo la almohada para que el Ratón Pérez (pariente mío, por cierto) deje dinero a cambio.

Pero el pensamiento mágico se queda por años y puede volverse parte esencial de la personalidad adulta. Todos tenemos un poco de tal pensamiento y resulta reconfortante, sobre todo en momentos difíciles, pero algunas personas lo llevan a casos extremos. Son quienes usan amuletos o recurren a rituales cotidianos, o bien los que atribuyen cierta dificultad personal a los “trabajos” (brujería) que otra persona les dedica.

Lo que fue adorable en la niñez se puede volver grotesco.

Así las cosas, muchos rasgos de nuestras etapas infantiles parecen prolongarse en la edad adulta. No queda claro si esos rasgos fueron características que debimos superar en nuestro desarrollo (como lo consideran muchos psicólogos) o si en realidad son atributos del ser humano que se mantienen en todas las etapas de la vida. Me inclino por lo último.

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