Los escritos políticos de Octavio Paz siempre arrojan alguna sorpresa, una reflexión interesante, un análisis profundo. Incluso, parecen escritos ayer. Por ejemplo, este fragmento de una carta dirigida a Manuel Moreno Sánchez, el 28 de noviembre de 1968 (Castañón, 2019):
Parece increíble, pero aquí se siente el pulso del presente… ¿Será eso anticipación, el resultado de un análisis atemporal que no pierde vigencia, o es simplemente que los problemas de México se mantienen por décadas sin solución posible?
Lo cierto es que sigue pendiente la necesidad de una visión reformadora, lo cual exige imaginación política, es decir, capacidad de innovar, de encontrar soluciones distintas a los retos de siempre. No es algo sencillo, como queda claro, pero debe intentarse. De otra forma seguiremos repitiendo lo mismo, lo cual apenas sirve para mantener a flote la forma sin fondo, o mejor dicho: una forma desfondada.
Por otra parte, es fácil constatar que los dirigentes actuales no poseen esa imaginación. Es fácil encontrar en ellos (en ellas también) ocurrencias, pero no ideas. Es también vigente la nota sobre la división de la izquierda: parece partida entre la fosilizada y la frenética, la que mira a los viejos referentes con nostalgia o la que se desgañita en la discusión (más bien, en la alegata) sin tregua ni racionalidad. Urge una izquierda con mentalidad acorde a los tiempos. Un izquierda moderada e inteligente. Creo que existen por allí algunos (algunas) representantes de esa versión, pero no parecen notarse en este momento.
Es justo, además, exigir una crítica creadora. Abunda la otra: la que quiere destruir, vengarse de algo, lastimar lo que se pueda, descomponer lo más. Nada más deslicemos la mirada por las redes sociales, donde abundan esos afanes destructivos. Ojalá fueran un patrimonio del internet: esas voces con timbres de odio y de ruina están en todas partes, obnubilando cualquier destello de racionalidad. En cambio, se advierten las carencias de impulso creador, es decir, que en lugar de sólo criticar para destruir se critique para sustituir. Eso implicaría señalar lo que está mal, oponiendo en seguida la propuesta para que eso se vuelva algo mejor. Tarea más dura aún, pues implica poseer sentido propositivo y algo de grandeza.
La serie Los Soprano, producida por David Chase, fue una revelación: los adictos a las series encontramos que se podía lograr una historia a ritmo lento, con notas de buen humor, pero inteligente y profunda al mismo tiempo. No es casual que la revista Rolling Stone la considerara, en algún momento, el mejor programa de televisión de todos los tiempos. Abrió la puerta a series como Mad Men, Dexter, Breaking Bad y, por supuesto, la magnífica Boardwalk Empire.
Fue también la oportunidad de adentrarse un poco en la vida cotidiana de un mafioso, Anthony “Tony” Soprano (James Gandolfini, por desgracia fallecido en 2013) que a pesar de su naturaleza antisocial y depredadora no está libre de los problemas cotidianos de cualquier jefe de familia: una esposa que da sus problemas, unos hijos en plena crisis adolescente, una madre trastornada y agresiva, un tío inteligente pero poco confiable, en fin. Se trató de un personaje a la vez repulsivo y atractivo, capaz de brutales muestras de violencia y de penosas expresiones de fragilidad.
La serie logró capítulos de gran valía en sus seis temporadas y sólo me decepcionó un poco en su final, ambivalente y enredoso. Pero, dentro de todo lo rescatable, quisiera quedarme aquí con la imagen de Corrado “Junior” Soprano (interpretado por el estupendo Dominic Chianese), tío de Tony, el protagonista, que en los capítulos finales enfrenta la degeneración del Alzheimer y, con ella, el olvido de los rostros familiares, de lo bueno y lo malo, de la propia identidad, mientras se consume en un asilo.
En ese momento de penoso abandono, el sobrino mafioso llega a despedirse. El tío no recuerda nada, ni siquiera sabe quién es el tipo que tiene enfrente, pero reacciona a una frase casi dicha en un susurro: “This thing of ours” (esa cosa nuestra), expresión que designa a la mafia norteamericana de ascendencia italiana. La mirada del viejo se ilumina y pregunta: “¿yo fui parte de eso?”. El sobrino responde que sí, que él y su hermano controlaron a la mafia del norte de New Jersey. Entonces el viejo responde: “me da gusto”, antes de retornar a la mirada extraviada y a las tinieblas de su mundo interior.
¿Es eso posible?
¿Al final de la vida un mafioso sigue orgulloso de su estilo de vida en lugar de arrinconarse en el arrepentimiento?
¿No llega el momento de temer el castigo divino por los homicidios, los yerros, los dolores y males causados a lo largo de una vida criminal?
Para el personaje de Corrado no. Aún en el momento del deterioro mental es capaz de expresar satisfacción por formar parte de algo importante, así sea una organización tenebrosa y delictiva.
Quizás se trate de una tipología humana: el ser antisocial, que aún en el momento final se enorgullece por ser un victimario en un camino lleno de víctimas. Algo aterrador en nuestros tiempos, donde los antisociales parecen dispuestos a trastornar la vida de los demás, causando todo el dolor posible.
Lo más aterrador es que quizás jamás se arrepientan: sólo confirmarán su retorcido credo en sus últimos días.
Entre emprender, comprender o contemplar prefiero el solo contemplar.
Emprender implica impulsar o transformar y a veces el mundo no necesita cambios y más odiseas, sino el simple deleite de la existencia.
Comprender implica intentar aprisionar la realidad en un concepto, una idea, una fijación… a veces hasta en un estado de ánimo. Todo ello suena bastante deplorable, como si estuviéramos atrapados en la obsesión por el dominio.
En cambio, contemplar aquello que nos rodea, hasta saciarnos de su belleza o incluso de su imperfección, implica gozar de lo que existe sin lamentarnos de que exista ni cuestionarnos por su razón de existir.
Debo confesar, con cierta vergüenza, que gran parte de mi vida me la he pasado emprendiendo y comprendiendo, en lugar del simple gozo de contemplar sin complicaciones.
Bueno, nunca es tarde para cambiar. Puede ser un buen propósito para este año por iniciar.