Apuntes de la categoría: Casa de Empeños

El amo a la mano

Fecha: 20 de diciembre de 2017 Categoría: Casa de Empeños Comentarios: 0

Se supone que los artilugios de nuestra era se inventaron para darnos comodidad, pero terminaron esclavizándonos. En lugar de darnos más tiempo libre y libertad creativa nos arrebataron el dominio. El caso del teléfono celular es ejemplar: nos sentimos desesperados si lo olvidamos y apenas despertamos lo estamos consultando. Aún bajo la regadera lo tenemos al alcance y si caminamos por allí le pedimos que cuente nuestros pasos. Otros, otras, se obsesionan por abrir el de los demás, su pareja de preferencia, como si fuera una ventana confiable hacia el pecado ajeno (en realidad sólo podrán encontrar relatos de ansiedad entre almas desesperadas). Algunos más, los delirantes, lo ven como la oportunidad hacia el amor (o al menos al deseo) y no faltan los ingenuos que lo consideran (junto con las “redes sociales”) como el camino hacia el poder o el mejor instrumento para desprestigiar a los odiados (cuando lo único que logran es añadir muecas y gestos al diálogo de los sordos). Para algunos más es la bolsa de mareo donde pueden vomitar, impunes, todas sus amargas frustraciones. Vanidades que se tuercen en grilletes. Las máquinas ya nos controlan y no fueron necesarias las armas teledirigidas (como en Terminator) o el sueño digital (como en Matrix). El ciberpunk se volvió un relato costumbrista. Los seres humanos inventamos a diario nuevos eslabones para nuestras propias cadenas y somos tan felices cuando el material sintético encarna entre nosotros. Pero bueno, basta de burdas filosofías. Regresaré con mi amo, el teléfono celular, para ver qué ocurre mientras ando distraído. Hasta luego

Señorío

Fecha: 10 de agosto de 2017 Categoría: Casa de Empeños Comentarios: 0

De niño escuchaba atento las conversaciones de las mujeres de mi familia. Solían elogiar a alguien diciendo: «es un señor», o bien «es muy señor». Con el tiempo entendí que ser señor era ser un caballero, un hombre de bien que cumple su función en la vida, que no se arredra y es atento al mismo tiempo. También implicaba un individuo entregado a su familia, sin sufrir esos devaneos que tan fácil llevan al ridículo. Esos mensajes quedaron tan grabados que no puedo apartarlos de mi camino, aunque lo intente. De forma deliberada, incluso inconsciente, sigo persiguiendo el ideal del señorío en mi vida cotidiana. Lo busco incluso en lo literario, intentando comprenderlo en todos sus matices. Así me ocurrió cuando leí a Gracián, hace muchos años. Ayer que fui a saludar a mi madre encontré en el viejo librero una edición de su Oráculo Manual y descubrí, emocionado, el siguiente texto subrayado y anotado cuando estaba adolescente:

«Señorío al hablar y al actuar. Con él uno se hace sitio en todas partes y gana respeto de antemano. Influye en todo: en conversar, en hablar en público, hasta en caminar y mirar, en la voluntad. Es una gran victoria ganar los corazones»

Bendiciones de la congruencia: puedo releer textos o apuntes de muchos años y contrastarlos con el hoy sin avergonzarme. Quizás no haya alcanzado el pleno señorío —que lo juzguen los demás— pero sigo en el mismo camino y vaya que tal empeño, en esta vida, es una forma de victoria

El joven que llegó a Colima

Fecha: 10 de agosto de 2017 Categoría: Casa de Empeños Comentarios: 0

En plena intervención francesa un joven de 25 años llegó a Colima buscando un refugio donde aún latiera el ánimo patriótico. Su ciudad natal había claudicado frente a los invasores y sin disparar un solo tiro, más bien con agrado, pero Colima resistía con un digno entusiasmo liberal. Para llegar a ella debió recorrer a caballo, acompañado de su joven esposa, un peligroso camino real, con los obligados pasos por las exuberantes barrancas de Atenquique y El Platanar, en un periodo de graves disturbios donde abundaban salteadores y rebeldes. Colima recibió bien al joven letrado, quien llegó a ser magistrado del Poder Judicial y Secretario General de Gobierno (quizás el más joven de la historia local hasta el momento), durante el periodo del Gobernador Julio García. También fue director del periódico oficial y redactor en jefe de otro llamado «La Independencia», donde alentaba a la población contra las fuerzas conservadoras. Veinte años después, en 1884, publicaría en su propia imprenta sus memorias, tituladas «Algunas campañas», con el precioso testimonio de esa difícil y apasionante época. Estas memorias pueden ser consultadas en nuestros días gracias a dos ediciones recientes, una del Fondo de Cultura Económica y otra de Secretaria de Cultura del Gobierno Federal. Sus apuntes recorren los azares de la guerra, pero se detienen, con añoranza, en la cálida descripción del Colima del siglo XIX. Allí aparecen muchos de nuestros signos de identidad, algunos vigentes, otros olvidados: el Jardín Núñez, el portal, los cocos, la tuba, las palmeras, San Cayetano, El Trapiche, el puerto de Manzanillo, los ríos, los árboles cuajados de frutas y los famosos paseos a La Albarradita y La Estancia. Esas memorias también bullen con la situación política del momento, que el osado joven vivió a plenitud. La fortuna terminaría alejándolo un día de Colima y dirigiendo sus pasos hacia la capital del país, pero también hacia el prestigio político, literario y periodístico. Su nombre fue Ireneo Paz. Con los años tendría un hijo abogado que, como él, se arrojaría a una revolución (la zapatista) y después un nieto —muy parecido espiritualmente a él— al que ayudaría a criar en su casona de Mixcoac. Un nieto brillante con gusto por la poesía, la edición de revistas, el análisis político, la historia y el ensayo literario. En suma, con las pasiones de su abuelo. Ese nieto fue Octavio Paz. La historia de Colima, nadie podrá negarlo, sigue brindando sorpresas…

Tortugas que caen del cielo

Fecha: 10 de agosto de 2017 Categoría: Casa de Empeños Comentarios: 0

Se dice que Esquilo, el gran escritor trágico, murió en Sicilia por la torpeza de un águila que intentaba romper el caparazón de una tortuga: la dejó caer sobre la redonda y calva cabeza del dramaturgo, pensando que era una blanca roca. Es una invención, claro, pero se volvió leyenda con facilidad y, hasta la fecha, decenas de aspirantes a eruditos caen en la trampa volviendo a contar la absurda historia. No es extraño: a muchos ociosos la realidad les parece insuficiente y quieren adornarla. De cualquier forma la historia me despierta miedos y cada que voy al campo miro al cielo para ver si algún proyectil se dirige hacia mi cabeza, que es grande, redonda y sin cabellos (quedé calvo entre los treinta y los cuarenta, a pesar del matorral que presumía en mis veinte), tanto así que bien podría asemejar una roca para aves despistadas o miopes. Sé que por los campos de Colima no deambulan las tortugas. Tampoco sé de aves colimenses que rompan huesos o caparazones desde las alturas y el famoso buitre «quebrantahuesos» (Gypaetus barbatus) no anida en América, según tengo entendido, pero nunca se sabe y es preferible la prudencia. Así que si alguien me ve mirando hacia arriba no suponga, por favor, que estoy buscando ovnis: ando evitando colisiones.

Beber del cielo

Fecha: 10 de agosto de 2017 Categoría: Casa de Empeños Comentarios: 0

Ayer fui al jardín. La tarde llena de magia. Los niños se columpiaban levantando sus cabezas al cielo y abriendo sus labios para recibir la lluvia. Fui a un columpio y los imité. Recordé que hacía lo mismo en el Jardín de San Francisco, aquellas tardes de lluvia cuando tenía esa edad. Los niños me miraron con regocijo: un hombre que desafía a los años y se deja columpiar mientras bebe del cielo. Por unos instantes volví a empaparme. Volví a ser.