Apuntes de la categoría: La inspiración clásica

Pitagóricas

Fecha: 7 de abril de 2016 Categoría: La inspiración clásica Comentarios: 0

«Uno» es palabra con 3 letras
«Dos» tiene 3 también
«Tres» en cambio tiene cuatro
«Cuatro» tiene 6
«Cinco» tiene 5, es el único caso en que todo coincide.
«Seis» tiene 4 letras
«Siete» tiene 5
«Ocho» tiene 4
«Nueve» tiene 5
«Diez» tiene 4
Y así lo en sucesivo: ningún número expresa en sus letras la cifra que representa, con la excepción del «Cinco». Esto no me lleva a ninguna conclusión inteligente. Si acaso sospecho que el 5 tiene algo mágico, pero no entiendo para qué podría servir una magia así. Quizás Pitágoras podría decirme algo al respecto, pero ya no está entre nosotros y creo que ni siquiera pasó por su mente el tema, pues en griego las cosas se expresan de forma distinta y más en el griego dialectal que debió usar Pitágoras. Entonces este apunte no sirve para nada, pero de todos modos quise compartirlo con ustedes. Saludos.

De cómo entendí a Tarquino el Soberbio, mientras caminaba de Nogueras a Suchitlán…

Fecha: 7 de enero de 2015 Categoría: La inspiración clásica Comentarios: 0

El viernes 2 de enero del 2015 convoqué por el grupo llamado “Cultura para Todos”, del whatsApp, a una caminata para dejar atrás los días de ocio y cargar energías para el nuevo año. No llegaron muchos, pues la mayoría seguía con la resaca de los días festivos. Aún así, se presentaron listos y con brío los siguientes directivos de la Secretaría de Cultura: Gabriela Medina, del Estudio Infantil de Radio y Televisión; María Elena Ánzar, de la Unidad de Planeación; Esaú Hernández, de Fomento a la Lectura; Marco Antonio Arceo, de la Imprenta; Juan José Murguía, de los Talleres de Artes y Artesanías y Javier Flores, de la Sala Digital de Exposiciones.

Nos trasladamos en vehículo al lugar preciso para iniciar el recorrido, al norte de la comunidad de Nogueras y nos pusimos a caminar. La idea era seguir un trayecto empedrado, más brecha que camino, de unos 8 o 9 kilómetros, por el cual es posible llegar a Suchitlán sin necesidad de la ruta pavimentada habitual. Ese camino ya lo habíamos recorrido muchas veces, pero en sentido inverso, es decir, desde la comunidad de Suchitlán hasta Nogueras, lo que es más cómodo por ser cuesta abajo y la gravedad, en estos trotes, funciona como aliada. En esta ocasión el empeño era mayor, pues ascendíamos un poco con cada paso, pero la idea era sudar lo acumulado en las fiestas decembrinas, disfrutar de esos suaves paisajes y llegar, al final del recorrido, a un conocido restaurante de Suchitlán para reponernos con un sabroso desayuno.

Todos avanzamos a buen ritmo y con alegría, pues han de saber ustedes que en este grupo nos la pasamos muy bien y compartimos una estridente camaradería, alejada de las tensiones que surgen, de vez en vez, entre los que trabajan en una misma institución.

Es habitual en estos recorridos, hechos sin prisa y con deleite, detenernos un poco en algún lugar propicio para capturar algunas imágenes destinadas al recuerdo, una ventaja que gozamos al llevar con nosotros a Javier, que es uno de los mejores fotógrafos de la entidad y quien además posee una extraña virtud de explorador. En efecto, si las tipologías humanas existen Javier es el guía de la tribu, ese explorador que en las primeras comunidades avisaba por dónde ir y cómo hacerlo. Lo he visto orientarse en el cerro más enmarañado con sólo levantar la cabeza, además de que siempre parece saber dónde pisar y dónde evitarlo, sin olvidar referencias dignas de provecho hacia los animales y plantas que pueden encontrarse por allí. Como es lógico, con esa combinación de cualidades Javier encuentra siempre el punto preciso para una buena foto que luego es posible presumir con los amigos o compartir por redes sociales. Aquí no fue la excepción: nos deteníamos de vez en cuando para aprovechar cierta claridad o cierta sombra, o el paisaje salvaje de los volcanes a la distancia, que desde aquí se disfrutaban soberbios.

En un momento en que hicimos alto, Javier se entretuvo platicando un poco con unos jornaleros que hacían una extraña labor a la vera del camino. Avanzaban entre plantas de frijol, en cultivo muy bien ordenado, a las cuales zarandeaban con unas varas largas. Javier es más curioso que yo, lo cual es mucho decir, y les preguntó lo que hacían. Yo aguardaba mientras esperaba la respuesta y me imaginaba lo que dirían mis pequeñas hijas cuando les contara lo que vi. Sin duda dirían: “pobrecitas de las plantas”, y la ocurrencia me hacía gracia. Javier recibió la información y la compartió con nosotros: los trabajadores zarandean a las plantas para que dejen de crecer a cierta altura y se ramifiquen a los lados, una técnica para mantener el arbusto bajo control y facilitar la recolección. También, sin duda, para que la planta no dilapide fuerzas en el crecimiento del tallo y se resigne a conducir su energía hacia el fruto, es decir, el frijol.

La explicación nos dejó mirando pensativos a quienes fustigaban a las plantas como si realizaran un extraño ritual. Sí, un ritual, una muestra del dominio humano sobre su entorno, ese extraño poder para torcer las vidas acorde al propio deseo y conveniencia. Esa capacidad humana para multiplicar con orden la existencia vegetal, que antes fue azarosa, y someterla a su propio dictado. Esa capacidad para trastornar al propio interés el paisaje, para regular el crecimiento de la planta y sojuzgarla. Maravilloso o terrorífico, según lo pueda ver cada quien.

El caso es que mientras veía a aquellos hombres apalear los tallos altos de las plantas, con evidente maestría, recordé un pasaje de las Décadas de la Historia Romana, de Tito Livio, en especial los años de reinado de Tarquino, llamado Soberbio, cuyo sobrenombre resultaba apropiado para alguien que, siendo yerno del antiguo rey, lo había dejado insepulto, que se había ceñido la corona sin apoyo del senado ni del pueblo y que sostenía su poder con la fuerza. Es decir, todo un tirano.

Este Tarquino no era mal capitán en la guerra, pero era superior en astucia y perfidia, cualidades siempre útiles al mando, aunque poco gloriosas para la posteridad. Así, cuando fracasó en su empeño de dominar a una ciudad de los volscos, Gabias, a pocos kilómetros de la ciudad de Roma, ideó una maniobra retorcida. El más joven de sus hijos, Sexto, con el acuerdo con su padre, se refugió en aquella ciudad quejándose de la intolerable crueldad del rey. A los gabios los engañó con la verdad, pues les hizo referencia al carácter tiránico de Tarquino, a su naturaleza pendenciera, a sus afanes de dominio, a su orgullo y ambición. Sexto era muy astuto o los gabios muy ingenuos, según parece, pues comenzó a tomar parte en las decisiones de su ciudad adoptiva y muy rápido fue escalando posiciones en los consejos cívicos y de guerra. Incluso, según la leyenda, llegó a encabezar correrías en territorio romano, obteniendo pequeñas pero muy valoradas victorias que le confirmaron su influencia entre los gabios. Llegó al punto en que Sexto no era menos poderoso en Gabia que Tarquino en Roma y fue así, cuando se creyó bastante fuerte para intentarlo todo, que envió a un mensajero de confianza con su padre, con encargo de preguntarle lo que debía hacer ahora que disfrutaba de autoridad.

El mensajero no debió parecer lo suficientemente seguro para el astuto Tarquino y no le dio contestación verbal alguna. Además hizo algo muy extraño: caminó pensativo a los jardines de palacio, seguido por el enviado de su hijo. Según se dice, mientras paseaba en silencio, derribaba con unas varillas las “adormideras”  más altas (estas adormideras son herbáceas, sin duda, pero ignoro si eran simples plantas de ornato o tenían otra utilidad para los romanos). El enviado, cansado de preguntar y quizás extrañado por el comportamiento del viejo rey, regresó a Gabinia creyendo haber fracasado en la misión. Cuando llegó con Sexto refirió lo que había dicho y lo que había visto, añadiendo que el rey, bien por odio, bien por cólera o por aquel orgullo que le era natural, no pronunció ni una palabra.

Pero Sexto había comprendido muy bien las intenciones de su padre y procedió contra los principales de la ciudad, acusando a unos delante del pueblo y a los otros aprovechando la indignación que habían producido contra ellos mismos. Según lo dice Livio, algunos fueron condenados públicamente y otros, a quienes no era tan fácil acusar, murieron en secreto. Algunos pudieron huir y fueron desterrados otros, repartiéndose al pueblo los bienes de los muertos y desterrados. “Estas generosidades, el producto de aquellos despojos, las satisfacciones del interés particular ahogaron el sentimiento de las desgracias públicas, hasta el día en que Gabinia, privada de consejo y de fuerza, cayó sin luchar en poder del rey romano”. Aquella ciudad, habiendo perdido la guía de las clases directivas (las adormideras altas) y siendo sus clases populares halagadas con despojos (las adormideras bajas, debidamente domesticadas), fue anexionada con facilidad por el ambicioso líder de un pueblo más agresivo.

Así fue como entendí aquella lejana lectura. Los romanos debían disciplinar a las adormideras de una forma similar a lo que hacen, en nuestros días, los campesinos colimenses con las plantas de frijol. Pero no hay reflexión sin preocupación (quizás por eso pensar se hace tan difícil) y mientras caminaba seguí pensando en el destino de aquellas plantas sometidas al férreo control de sus duros amos. Entendí que tal destino no dista mucho del que puede ofrecer algún astuto dotado de poder contra los que le están sometidos por ley, mandato o circunstancia. Al final de cuentas, alguien puede decidir azotarnos para que nuestros sueños no se disparen hacia los cielos y mantenernos a rastras, domesticados y asequibles. Y lo que es peor: quizás nosotros, como los gabinios, aceptemos dóciles al amo cruel que habrá de hacer silbar las varas sobre nuestra cabeza. Si lo vemos así, somos muy parecidos a las viejas adormideras romanas o a esas plantas colimenses de frijol, las mismas que aquel día fueron zarandeadas sin misericordia mientras caminaba con mis despreocupados amigos por un camino de piedra desde Nogueras a Suchitlán.

Augurium, Auspicium

Fecha: 20 de junio de 2014 Categoría: La inspiración clásica Comentarios: 0

El augurio (recabar el presagio divino de las entrañas de ciertas aves) fue perdido, pues ya no quedan augures profesionales, cuya ciencia se perdió en el abismo de las conquistas, las pestes y las osadías de la razón. Sólo quedan los auspicios, que no se recaban con un rito. Signos al vuelo que se manifiestan -sin pedirlos- del aleteo o el canto de cualquier ave, a la espera de la interpretación de un arúspice natural, atento y sensible a lo que ocurre frente a sus ojos.

Durar…

Fecha: 5 de julio de 2011 Categoría: La inspiración clásica Comentarios: 0

¿Es felicidad la longevidad?

Y con relación al poder: ¿Es feliz la duración en su ejercicio?

Para algunos quizás. No creo que así fuera para el gran Augusto. Su poder, tan magnífico para la historia, duró cuarenta años. Murieron o enfrentaron la amargura del mal camino casi todos los que amó: su sobrino Marcelo, su hijastro Druso, aquellos príncipes niños Gayo y Lucio (nietos y herederos oficiales a la sucesión imperial), así como su coetáneo Agripa y su propia hija, Julia, desterrada del poder y hundida en el desprestigio. Quizás no sea tan bueno vivir tanto ni ejercer por tanto tiempo el dominio.