El indescifrable respirando otra vez

Fecha: 9 de mayo de 2016 Categoría: La inspiración clásica Comentarios: 0

Algunos libros esperan muchos años para ser leídos. Uno de ellos llegó a mis manos con retraso, las «Memorias» de Charles-Maurice de Telleyrand. En realidad las «memorias» no son tales y por eso quedan entre comillas. Sucede que son apuntes sin título que dejó a la posteridad para reflexionar sobre algunos de los grandes momentos históricos en los que intervino, entre ellos la caída de la monarquía francesa, la revolución, el consulado napoleónico, el imperio y la restauración (nada mal como trayectoria de poder, según podrá juzgarse). Esos apuntes son también un deleite para la inteligencia. Allí brilla el juicio perfecto, la soberbia ironía, el ácido retrato de ciertas personalidades, algunas sabrosas insinuaciones de pasillo y un profundo análisis de la política del momento, todo ello en un estilo claro y ameno. Vaya con este hombre de Estado que supo sobrevivir e influir, conciliar y edificar, traicionar y reír, todo ello sin perder la compostura, y eso que pasó por algunos de los momentos de mayor peligro en la historia universal. Digo que el libro llega a destiempo, pues hace muchos años (unos 20, más o menos) agoté casi todo mi interés por la Revolución Francesa y sus consecuencias. Créanme que leí casi todo lo que pudo ser escrito en torno al tema, sea clásico o actual, historia o ficción, novelas o ensayos, memorias (reales o ficticias) y biografías. No me faltaron ni la mayoría de los discursos de Robespierre, ni las obras de Louis Madelin, ni la excelente pieza (La muerte de Dantón) de Büchner (y nótese que no cito, para no caer en penosos lugares comunes, el Fouché de Zweig, aun cuando lo leí dos o tres veces). Pero nunca conseguí las «memorias» de Telleyrand, que llegaron a mi apenas ayer, mientras bobeaba por una tienda departamental. Pero no hay lectura que llegue tarde y ya estoy aplicado en ella. Le doy esta noche y la siguiente para digerirla con placer. Quizás ande todo desvelado en el trabajo, pero algún sacrificio debe hacerse para vivir con lo que nos apasiona. El buen Charles-Maurice jamás imaginó que lo estaría leyendo un admirador del futuro, originario de una entidad lejana de la que jamás escuchó. Es el poder de la escritura: rompe los límites de toda geografía y es la forma más grata de la inmortalidad. Al leer vuelven a respirar los grandes de cada época. Hoy respirará conmigo Telleyrand. Hasta me tomaré una copa de vino a su salud.

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