En la hueca corona…

Fecha: 4 de septiembre de 2016 Categoría: La inspiración clásica Comentarios: 0

Me volví adicto a una serie inglesa, magnífica por cierto, The Hollow Crown, tanto así que apenas descubro un capítulo en la televisión y abandono cualquier cosa, incluso lo sustantivo. Una vez me quedé a medio vestir, como si fuera un muñeco despatarrado que alguna niña arrojó por allí. Hace un par de días, al regresar de un corte de cabello, pospuse el inevitable baño a pesar de que la comezón en el cuello me era insoportable. Sobra decir que no logro conseguir la serie completa a la venta, así que dependo de la suerte y el momento libre para buscarla cuando llego a mi casa.
Esa serie es un esfuerzo de adaptación de Shakespeare: Ricardo II, Enrique IV y Enrique V. Una segunda temporada, que se transmite ya, corresponde a Enrique VI y, mi personaje favorito, Ricardo III. La segunda temporada lleva un subtítulo: «La guerra de las rosas», el conflicto histórico entre la casa de Lancaster y la casa de York por el trono inglés, una disputa cruel que posee un atractivo adicional, ya que es la inspiración de la famosa serie Juego de Tronos. En efecto, mucho de lo magnífico de Juego de Tronos tiene fundamento en Shakespeare (menos los estúpidos dragones) y ello lo explica todo.
El nombre The Hollow Crown (La hueca corona) es shakespereano, como debe ser. Corresponde a Ricardo II: «Pues en la hueca corona que ciñe las sienes mortales de un rey tiene su corte la Muerte…»
En fin, la serie es una magnífica oportunidad para adentrarse en algunas de las obras más importantes de la literatura inglesa. Obras complejas, con primeras, segundas y hasta terceras partes, que exigen un poco más de esfuerzo al lector común ya que fueron pensadas para el teatro y tienen su esencia en el diálogo. Eso sí, al vencer la resistencia inicial las obras de Shakespeare seducen y condicionan la forma de comprender la vida. En ellas se pueden encontrar profundas reflexiones sobre todo el catálogo de las pasiones humanas, de una forma tal que ninguna lectura posterior logra satisfacer, muchos menos la literatura ligera que circula en nuestros días (guías y consejos sobre el «buen vivir» o el «triunfo en los negocios»). Si aún no se leen esas obras la serie funciona como guía e invitación a explorarlas y si ya se leyeron resulta un regocijo, pues no cualquier serie tiene como guionista al propio Shakespeare.
Pero les decía que mi personaje favorito es Ricardo III, el ambicioso y resentido monarca cuya deformidad no impedía un notable vigor bélico. Es el que pronuncia en su caída aquellas dramáticas palabras: «¡Un caballo. Un caballo! ¡Mi reino por un caballo!». En la serie es interpretado por Benedict Cumberbatch, a quien nadie podrá negarle calidad, pero sigo prefiriendo el trabajo de Ian Mckellen (el villano Magneto de la franquicia X-Men, para mayores referencias) en aquella soberbia adaptación de 1995. En fin, quien logre ver algo de la la serie no desperdiciará del todo su tiempo y quizás se sorprenda, como me ocurre a mí, dejando todo a medias para no perder el capítulo que logre atrapar por suerte.

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