Pensé que la tecnología touch, es decir, de toque o de tacto, terminaría por borrar de nuestro mapa cultural a la pluma y al lápiz, esas prolongaciones de nuestra inteligencia y, paradójicamente, de nuestros propios dedos… pero no. El otro día me obsequiaron una pluma especialmente diseñada para las aplicaciones táctiles, lo que me resulta muy útil, pues mis dedos son muy gordos y mi habilidad muy discutible, así que siempre termino oprimiendo lo que no deseo y prolongando mis sesiones digitales más allá de lo razonable. Es una maravilla descubrir que el lápiz y la pluma siguen vigentes, sólo que ahora sin dejar una marca de grafito o un riego de tinta sobre el papel, sino hurgando en pantallas mágicas que nos conectan con el mundo y confirmando que todo avance tecnológico, a fin de cuentas, es una vuelta a los orígenes.