En un instante el mar

Fecha: 17 de junio de 2010 Categoría: El pez sin el agua Comentarios: 0

Mucho trabajo en la oficina. Muchas horas en el teclado. Muchas llamadas. Los funcionarios vienen y van. Mi secretaria entra y sale, siempre con algo urgente que debo firmar. Llegan todos, todos se van. En mi oficina cada loco con su tema: poetas incipientes y consagrados; escritores costumbristas con faltas de ortografía; contadores de cuentos que perdieron la inspiración; aspirantes a novelistas con un montón de papeles bajo el brazo; dramaturgos misteriosos; actores desaforados (es decir, sin foro a la mano para dar rienda suelta a su talento); editores sin papel; documentalistas con imágenes perdidas; cineastas desalentados; coleccionistas apasionados; bailarinas desparpajadas (y bailarines coquetos); escultores que atacan la plastilina, el mármol, el bronce y hasta el hielo; promotores culturales con ideas insoportables; técnicos que desean mejores prestaciones; científicos desbarajustados; inventores de algo inquietante; diseñadores de todo tipo; músicos clásicos, tradicionales, baladistas, percusionistas y varios más; cantantes más o menos afinados; colaboradores eficientes, otros olvidadizos y algunos más hasta tornadizos… En fin. Y todos con alguna propuesta, con algún problema, con alguna conjetura y, a veces, en los momentos escasos donde aflora la conciencia, me dan ganas de correr. Y siguen llegando las urgencias al teclado y los funcionarios vienen y van y mi secretaria entra y sale con algo urgente por firmar y llegan todos, cada uno con su tema y algo más. Y de pronto, en la cima de la desesperación, llega un sabor lejano, un perfume de agua salada y pienso en el mar.

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